Mi bandera es pequeña, pero mi orgullo es muy grande.

Joss Barranco
6 min readJun 29, 2020

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Tenía muchas ganas de escribir aquí, no mentiré. Dejé en blanco muchas pestañas por miedo a que lo que expresara no fuera suficiente, sobretodo para mí. Así que decidí que, para empezar, bastaba hablar de algo que conozco muy bien, que me representa, me identifica y me constituye individual y socialmente: mis batallas personales.

La bisexualidad se define como la atracción hacia mujeres y hombres. Asumirme como mujer bisexual no fue sencillo. Y, aunque delimitar la sexualidad en etiquetas no es de mi agrado, es la que me identifica mayormente. Pese a ser una letra visible e incluida en el acrónimo LGBT+, es una de las orientaciones mas juzgadas y estigmatizadas. Para muchas personas, la bisexualidad es solo una fase entre volver a lo normal o aceptar tu homosexualidad y, algunas, argumentan que es solo una confusión. Se nos juzga del lado heterosexual por no encajar en la normalidad y, también, se nos juzga desde la homosexualidad por no tener claras nuestras preferencias. Por ello es importante decir que la bisexualidad es igual de válida, aunque se tenga mayor inclinación hacia un sexo u otro y que, sin importar el sexo de la pareja que tengamos, seguimos siendo bisexuales.

Recuerdo muy bien que, en aquellos momentos de primer contacto con mi sexualidad y preferencias, decidí que encajaría en el molde heterosexual. Tuve algunos novios y, con ello, rupturas e idas y venidas en el amor adolescente; pero fue en tercer semestre de bachillerato en el que las dudas superaron a las certezas. Como muchas otras personas, me enfrenté al enamoramiento con la que, en aquellos tiempos, era mi mejor amiga. Y, por miedo, nunca dije nada. Lo importante de esto no es la historia de amor que no ocurrió, sino a quienes herí en el camino a descubrir algo que me aterraba.

Fui irresponsable emocionalmente conmigo y con el que era mi pareja; y, aunque ahora todo está bien entre nosotros, se quedaron demasiadas preguntas al aire. Siempre he creído que el único daño que le hice fue el haber ocultado mis verdaderos sentimientos; porque sí, lo quería muchísimo, pero yo no tenía idea de que pasaba conmigo. Digo que ese fue el único daño porque el resto de heridas fueron causadas por comentarios y burlas del resto de compañeros; mismas que venían desde la homofobia y el machismo intrínseco al que se enfrentaban.

La primera vez que salí del clóset fue en cuarto semestre de bachillerato, tenía 16 años. Hay momentos, como éste, que nunca se olvidan. Sin embargo, creo que hay una primera salida del clóset más importante que ésta: la vez que salí del clóset conmigo misma. Reconocer que mis preferencias sexuales incluían a las mujeres fue el inicio de uno de los procesos más dolorosos y complicados. Recuerdo muchas noches pensando en lo que había hecho mal, en lo difícil que sería si aceptaba vivir con eso, en que pensaría mi familia y mis amigos y si sería capaz de vivir en una sociedad donde el estar fuera de la normatividad es juzgado y castigado.

Aunque la primer salida del clóset es la que uno más recuerda, es importante decir que este hecho no es algo que ocurre una sola vez. Vivimos, por desgracia, con la necesidad de hacer válidas nuestras preferencias cada vez que entramos en un ambiente nuevo: en la oficina, en la escuela, con un nuevo círculo de amigos, etc. En lo personal, resulta muy cansado tener que preocuparse por el qué dirán, si alguien estará en contra y emitirá comentarios agresivos, si eso supone la pérdida del empleo o de una amistad, etc. A nosotros, como individuos, de cualquier género y orientación sexual, nos corresponde actuar a favor de una sociedad en la que las preferencias, la identidad de género y las maneras de vivir, dejen de asumirse y repudiarse.

El desarrollo personal que uno experimenta para aceptar y asumir su realidad es único e igualmente válido en todos los casos. Yo, por ejemplo, me forcé muchos años a un proceso de “corrección”, en el que creí que podría volver a ser heterosexual y soñar con lo que se esperaba de mí; me di cuenta un poco tarde de todo lo malo que eso trajo a mi vida. El forzarme a encajar en una normatividad sexual vino acompañado del intento de encajar en lo “aceptable” fisicamente hablando; comencé a ser más dura con la figura que veía en el espejo, con mi manera de expresarme y de vestirme, hasta que no pude más.

Mientras crecemos somos objeto de un sinfín de etiquetas y, muchas veces, aunque creemos haberlo superado, siguen allí durante mucho tiempo. Recuerdo muy bien que algunas de las primeras personas con las que me abrí sobre mi sexualidad me dijeron -está bien que te gusten las mujeres, pero por favor no te vistas como niño-. La etiqueta de “machorra” fue algo con lo que cargué por muchos años, intenté usar ropa con “colores de niña”, maquillaje, ropa “femenina”; pero esa no era yo. He de decir que mi guardarropa no busca, nunca, ir en contra de lo que se me pide; simplemente, decidí que la opinión más importante era la mía y que mi seguridad y autoestima estaban por encima de cualquier etiqueta. Después de tomar esta decisión, el vestirme como quiero y reflejar mi personalidad en ello fue también el inicio de un proceso de aceptación con mi físico, de abrazarme y apapacharme siempre, de mejorar mi autoestima y auto percepción. De nuevo, esto es algo que aún no termina, sigo en ello y hay muchas más bajadas que subidas, pero aquí sigo.

Por fortuna, he tenido la dicha de crecer en una familia que me quiere y acepta como soy. No ha sido fácil. Han sido seis años de lucha constante por reivindicar la bisexualidad y la homosexualidad. A lo largo de este tiempo, ha existido mayor apertura del tema en las conversaciones y hoy puedo hablarle a mi mamá de quien me gusta, con la tranquilidad de no tener que ocultar su nombre, su sexo o su identidad. Hemos experimentado distintos procesos, pero nunca he sufrido el repudio de mi familia hacia quién soy y me siento infinitamente agradecida por eso.

Contando lo anterior, busco solo una cosa: aplaudirme mis propios logros y batallas. Porque, el abrazar nuestras diferencias y luchar por la visibilidad y reivindicación de éstas, es el inicio de una revolución dolorosa, pero que trae detrás un ejercicio de valentía sobresaliente. Sé que no soy la única; por ello, agradezco a diario la valentía de todas las personas LGBT+, por las que viven libremente y lo aceptan, por los que aún lo callan pero que buscan ser libres, por quiénes recién están aceptando su sexualidad, por quiénes deciden cambiar de género y por quienes viven con aquél que les hace sentir cómodos. Por todos y cada uno de ellos, doy gracias. Gracias por cada lucha individual que se vuelve colectiva, gracias por la visibilidad que damos al ejercer nuestro derecho de vivir y amar.

Reitero, además, la necesidad de trabajar, individual y colectivamente, para formar una sociedad respetuosa y amigable con todos los colectivos, especialmente con el colectivo LGBT+. Recordemos, también, la importancia de garantizar una infancia libre, en la que les niñes tengan la posibilidad de explorar, de manera responsable, sus preferencias y su identidad; rompamos la barrera de los colores, los juguetes y la ropa. Dejemos de discriminar con las miradas, con los comentarios y las risas; porque sí, la discriminación no siempre viene en forma de comentario directo.

A los heterosexuales cisgénero: el ser aliado no es solo una foto en tu instagram, puedes contribuir a la lucha silenciando personas que agreden y no permitiendo actos de violencia en contra de la comunidad. A las personas pertenecientes al colectivo LGBT+: entre nosotros también esta el cambio, dejemos de invalidar al resto de las letras y luchemos siempre, desde la libertad, por hacer de esta una sociedad diversa. Bien dicen que las utopías nos sirven para caminar.

Este mes de #pride, celebro, sobre todo, el saberme viva en un país machista y homófobo. Porque cada día mi miedo de salir a la calle de la mano de una mujer es menor; por saberme valiente y orgullosa de quien soy y de lo que soy; por buscar un cambio en una sociedad llena de estigmas. Celebro la apertura que ha tenido mi familia a recibir a mis parejas. Agradezco a mis amigos LGBT+ por existir y amar a quienes quieren, por vivir con libertad y sin miedo. Y, sobretodo, celebro el saberme orgullosa de quien soy.

Mi bandera es pequeña, pero mi orgullo es muy grande.

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Joss Barranco

En proceso de ser valiente. Escribo poesía, estudio economía y hablo con música.